Superar, sostener, acompañar: el camino de Nidia tras el cáncer de mama
La historia de Nidia García empezó en 2006, cuando un bulto en su mama izquierda cambió para siempre su vida. Tenía 43 años y vivía en Posadas cuando recibió el diagnóstico de cáncer de mama tras cinco largos meses de incertidumbre.
Hoy, casi dos décadas después, a los 62, mira hacia atrás con una mezcla de alivio, gratitud y responsabilidad: convertir ese dolor en ayuda para otras fue el motor que dio vida al grupo “Lazos”.
Todo comenzó en su casa, una tarde cualquiera, cuando descubrió aquella dureza que no coincidía con el resultado de la mamografía realizada semanas antes. El estudio había arrojado un BIRADS 0, una señal de duda que debía haber sido complementada, pero nadie la derivó.
“Las mamas densas a veces no permiten ver bien el tumor”, cuenta Nidia con la serenidad de quien aprendió a explicar su propia historia para que otras no pasen por lo mismo. Cuando por fin llegó al especialista, cinco meses después, escuchó lo que temía: un tumor de 2,5 centímetros, ya avanzado.
Ese retraso inicial marcó el resto del camino. La cirugía fue inevitable. La realizó el mastólogo Carlos Arce, hoy senador nacional por Misiones, pero entonces médico del Hospital Escuela.
La intervino el 26 de junio de 2006 con una técnica cuyo nombre aún sostiene con memoria exacta: “ganglio centinela”. En su caso, extrajeron cinco. Para Arce fue una operación más dentro de las más de 1.300 que realizó a lo largo de su carrera; para Nidia, fue el primer paso en un viaje que la obligó a reconstruirse desde cero.
El tratamiento fue duro. Muy duro. Ocho sesiones de quimioterapia agresiva, 48 sesiones preventivas y radioterapia en Buenos Aires. “Con la primera quimio ya me quedé pelada. Y después fue el cansancio, el desánimo, los miércoles de tratamiento, muchas veces llorando”, recuerda. Cada semana tenía un ritmo propio, uno que el cuerpo no elegía y la mente apenas lograba seguir.
En medio de ese torbellino emocional apareció algo que la sostuvo: el encuentro con “Lazos”, un grupo creado para acompañar a mujeres en pleno tratamiento. Compartir su historia, dice, fue un alivio inesperado. “No somos médicas, solo compartimos lo vivido. Eso ayuda muchísimo porque nos ven bien, vivas. Y eso anima.”
Más de 150 mujeres pasaron por el grupo desde entonces. Nidia las recuerda a todas, incluso a las que ya no están. Su voz, tenue por momentos, no oculta la verdad: “Esa también es una realidad que hay que tener presente”.
La enfermedad también puso a prueba a su familia. Sus tres hijos, adolescentes en ese entonces, reaccionaron como pudieron. “Mi hija mayor no quiso hablar del tema. El del medio se enojó y pateó la mesa. La menor fue la que más me acompañó.”
Sobre su esposo, Nidia solo dice que hizo “todo lo que pudo” desde su silencio. Con el tiempo entendió algo que hoy repite cada vez que acompaña a nuevas pacientes: nadie reacciona como una madre enferma espera. Cada uno hace lo que puede.
Entre los recuerdos que guarda con más emoción está la noche en la que casi se pierde la recepción escolar de su hijo. Su cuerpo estaba debilitado por la inmunodepresión y los médicos habían sido estrictos con los cuidados.
Pero una doctora la miró a los ojos y le dijo algo simple y liberador: “Andá, eso te va a hacer bien”. Y Nidia fue. Se puso un pañuelo, eligió ropa que la hiciera sentir fuerte y se sentó en la ceremonia. “Fue una gran alegría”, dice. Ese día, la enfermedad perdió un pequeño round.
Hoy, con 20 años de sobrevida, celebra cada control médico y cada síntoma atendido a tiempo, aunque convive con secuelas como una disfunción ventricular provocada por la quimioterapia. “Me cuido muchísimo. Ante cualquier dolor, voy al médico. Hay que ser ‘buena alumna’ con el cáncer y con cualquier enfermedad.”
También aprendió algo que repite con insistencia: la importancia de acudir a mastólogos. “Hay médicos que no son especialistas y sacan todos los ganglios sin necesidad. Eso complica la recuperación”, advierte. Lo dice desde la experiencia y desde el compromiso con cada mujer que llega a Lazos temblando, apenas con estudios en la mano y miles de preguntas en la mirada.
Su vida cambió en muchos sentidos. Años después de recuperarse, renunció a su trabajo de 25 años. Entendió que el estrés también enferma y que su cuerpo ya no podía sostenerlo. “Si no me frenaba, me moría”, afirma sin rodeos. Hoy, cuando mira el camino recorrido, agradece a los médicos, a su familia, a las mujeres que acompañó y a las que ya no están. Agradece haber elegido vivir.
Su historia lo confirma. Y su legado, en Lazos, se multiplica cada día.







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